Estos investigadores llegaron a la conclusión de que ese acto reflejo que permite a los gatos colocarse de la forma correcta para caer de pie era posible gracias a su columna inusualmente flexible y a la falta de un equivalente a nuestra clavícula en su esqueleto. Todo esto les permite amortiguar la caída desde grandes alturas, buscando el ángulo perfecto para soportar de la mejor forma el golpe. De hecho, desde cuanto más alto cae, más tiempo tiene de reorientarse para poder conseguir el ángulo justo de caída y amortiguar el golpe.
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